No cabe duda de que
el siglo XX venezolano ha sido el más productivo e innovador en lo que a la
poesía nacional se refiere. Es este el siglo de la modernidad poética, pero
también el de las vanguardias, las agrupaciones literarias, la poesía de
carácter social, la poesía experimental y, para llamarla de alguna manera, la
lírica adscrita a lo que algunos han denominado la postmodernidad.
Fernando Paz Castillo
(1893-1981) por el devenir de la poesía venezolana. Su lírica, que se inaugura
con la primera publicación de La voz de
los cuatro vientos (1931), se distinguio por ser marcadamente reflexiva,
llegando a la sutileza de un tono que se percibe filosófico, pero que se
refugia naturalmente en unas imágenes que moderan los poemas. casi seleccionados al azar, dan cuenta de esa lucha entre la
imagen y el pensamiento profundo de la que habláramos. En 1964 se publica su
más celebrado poema, titulado El muro.
Es, se podría decir, una de las más preciadas joyas de nuestra poesía: el más
profundo, reflexivo, contemplativo y contenido poema de nuestra modernidad
literaria. De nuevo, imagen y pensamiento se encuentran, pero no ya para
disputarse terreno sino para complementarse en un acoplamiento perfecto. El
tono metafísico de este texto expresa la angustia de una voz que se admira ante
la creación de Dios y que se rinde, amorosa, ante la presencia insalvable de la
muerte.
Antonio Arráiz (1903-1962). Es otro
de los puntales en los que se apoya la presencia de la modernidad poética
venezolana. Arráiz fue un hombre multifacético:
además de poeta y narrador, fue periodista (director-fundador de El Nacional, de Caracas), activista
político y editor. Un par de versos, pertenecientes a su Parsimonia, vienen automáticamente a la memoria, cada vez que se le
nombra: Quiero estarme en ti, junto a ti,
sobre ti, Venezuela, pese aun a ti misma.
María
Calcaño (1906-1956) Nacida en Maracaibo. Su obra transmitía un erotismo marcado y una expresión de la sexualidad
femenina, del reconocimiento del cuerpo de mujer. su producción
poética: Canciones que oyeron mis últimas
muñecas (1956) y Entre la luna y los
hombres, publicado póstuma mente en 1960. Desde ese erotismo patente, mas
nunca vulgar, se desprende lo que de moderno tiene su poética. Su palabra es
directa, a veces cruda, desenfadada y esto –quizás– haya provocado el soslayo
de la mirada de la crítica del momento.
Vicente Gerbasi (1913-1992) Nacido en Canoabo, estado Carabobo. es para muchos el gran poeta del siglo XX
venezolano. Dueño de un decir que explota en maravillosos fuegos verbales, este
representativo poeta perteneció al siempre citado grupo “Viernes”, suerte de
buque insignia de la vanguardia poética en Venezuela. su más celebrado poema es Mi padre, el inmigrante (1945), extenso
texto que, con una imaginería personal, a ratos proveniente del mundo onírico y
del subconsciente, construye sobre la base de dos mundos, dos paisajes, el de
la aldea italiana del padre y el del trópico venezolano. Su libro, Diamante fúnebre (1991), es asimismo uno
de los más hermosos y sentidos poemas elegíacos que Gerbasi compusiera en
memoria de su desparecida y amada compañera, Consuelo.
Juan Liscano (1915-2001) es otro de los nombres que no deben olvidarse
al referirse a la poesía venezolana del pasado siglo. Este autor no lo es solo
de la fabulosa obra poética que generó, sino que además fue un ensayista
apasionado. Entre sus obras en otros géneros
escribió y publicó una de las historias literarias más consultadas cuando se
emprenden trabajos de investigación en la materia: Panorama de la literatura venezolana actual (1973). Entre su
extensa obra, hay una vertiente que conviene mencionar y es la de su poesía
erótico-cósmica. Cármenes (1966) es
quizás el libro más emblemático en este orden de ideas. En este, la trascendencia
del alma a través de la carnalidad, el acto sexual. El poema “Pareja sin historia” es simbólico
en este sentido. De obligada mención son también sus libros Nuevo mundo Orinoco (1959),
Fundaciones (1981), Myesis (1982) y Recuerdo del Adán caído.
Ana Enriqueta Terán (1915). Es uno de
los hitos vivos de la gran poesía escrita por mujeres del siglo que antecede a
este. Cultora por igual del verso tradicional (una verdadera maestra del
endecasílabo) y del verso libre no carente de cuidado ritmo y elevada
musicalidad.Testimonio (1954),
De bosque a bosque (1971), Libro de los oficios (1975), Música con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991), que recoge toda
la obra publicada hasta entonces, y Albatros(1992). El rigor de la estructura de muchos de sus textos acusa su formación
clásica. Luego de un período de mutismo resurge con nuevo vigor y con toda la
fuerza espiritual que se respira en muchos de sus libros.
Elena Vera (1985) en su estudio de la poesía nacional
correspondiente a los años que van de 1958 a 1983. Tal momento está signado,
según nuestra aeda investigadora, por la llegada de dos poetas fundamentales:
Juan Sánchez Peláez (1922-2003) y Hesnor Rivera (1928-2000). Ambos practican un surrealismo propio de cada uno
de ellos, ambos estuvieron en contacto con el grupo “Mandrágora” de Chile, que
inició esta corriente en Latinoamérica; ambos pertenecieron a las ciudades más
conmovidas por el auge petrolero y el desarrollo económico y social, como lo
son Caracas, en un caso, y Maracaibo, en el otro. Pasa por el laboratorio
anímico, que representa la poesía, toda la experiencia de vida y el resultado
es una palabra signada por un nuevo lenguaje (fragmentarismo, psiquismo activo,
impersonalidad, cierta condición de incomunicación o de comunicación diversa, y
uso del poema en prosa, entre otras características).
Sánchez Peláez debuta con
un libro extraordinario que no va a ir muy atrás de los venideros. Se trata de Elena y los elementos (1951). En este el
erotismo, un lenguaje centrado en las imágenes y alejado de los conceptos,
destellos del subconsciente y ordenamiento sintáctico caprichoso, dan cuenta de
una búsqueda propia que continuará, de alguna manera en Animal de costumbre (1959), Filiación
oscura (1966), Un día sea (1965),
Lo huidizo y lo permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989). Hesnor Rivera, en cambio, publicará
con cierta tardanza su primer libro, En
la red de los éxodos (1963), al que le seguirán muchos títulos entre los
que se pueden mencionar Superficie del
enigma (1967), Persistencia del
desvelo (1976), Elegía a medias
(1978), El acoso de las cosas (1981)
y Los encuentros en las tormentas del
huésped (1988). En ellos la nostalgia, un sentimiento de dolor por la vida
y una sensación de amatividad inconclusa se traducen en imágenes
particularísimas que se resuelven en una poética única y de hondo sentido
lírico.
(Juan Liscano)
(Fernando Paz Castillo)
Poema de Vicente Gerbasi y un poema de Eugenio Montejo.