miércoles, 11 de junio de 2014

Poetas de la segunda mitad del siglo XX

No cabe duda de que el siglo XX venezolano ha sido el más productivo e innovador en lo que a la poesía nacional se refiere. Es este el siglo de la modernidad poética, pero también el de las vanguardias, las agrupaciones literarias, la poesía de carácter social, la poesía experimental y, para llamarla de alguna manera, la lírica adscrita a lo que algunos han denominado la postmodernidad.
    Fernando Paz Castillo (1893-1981) por el devenir de la poesía venezolana. Su lírica, que se inaugura con la primera publicación de La voz de los cuatro vientos (1931), se distinguio por ser marcadamente reflexiva, llegando a la sutileza de un tono que se percibe filosófico, pero que se refugia naturalmente en unas imágenes que moderan los poemas. casi seleccionados al azar, dan cuenta de esa lucha entre la imagen y el pensamiento profundo de la que habláramos. En 1964 se publica su más celebrado poema, titulado El muro. Es, se podría decir, una de las más preciadas joyas de nuestra poesía: el más profundo, reflexivo, contemplativo y contenido poema de nuestra modernidad literaria. De nuevo, imagen y pensamiento se encuentran, pero no ya para disputarse terreno sino para complementarse en un acoplamiento perfecto. El tono metafísico de este texto expresa la angustia de una voz que se admira ante la creación de Dios y que se rinde, amorosa, ante la presencia insalvable de la muerte.
            
   Antonio Arráiz (1903-1962). Es otro de los puntales en los que se apoya la presencia de la modernidad poética venezolana. Arráiz fue un hombre multifacético: además de poeta y narrador, fue periodista (director-fundador de El Nacional, de Caracas), activista político y editor. Un par de versos, pertenecientes a su Parsimonia, vienen automáticamente a la memoria, cada vez que se le nombra: Quiero estarme en ti, junto a ti, sobre ti, Venezuela, pese aun a ti misma.
   María Calcaño (1906-1956) Nacida en Maracaibo. Su obra transmitía un erotismo marcado y una expresión de la sexualidad femenina, del reconocimiento del cuerpo de mujer. su producción poética: Canciones que oyeron mis últimas muñecas (1956) y Entre la luna y los hombres, publicado póstuma mente en 1960. Desde ese erotismo patente, mas nunca vulgar, se desprende lo que de moderno tiene su poética. Su palabra es directa, a veces cruda, desenfadada y esto –quizás– haya provocado el soslayo de la mirada de la crítica del momento.
    Vicente Gerbasi (1913-1992) Nacido en Canoabo, estado Carabobo. es para muchos el gran poeta del siglo XX venezolano. Dueño de un decir que explota en maravillosos fuegos verbales, este representativo poeta perteneció al siempre citado grupo “Viernes”, suerte de buque insignia de la vanguardia poética en Venezuela. su más celebrado poema es Mi padre, el inmigrante (1945), extenso texto que, con una imaginería personal, a ratos proveniente del mundo onírico y del subconsciente, construye sobre la base de dos mundos, dos paisajes, el de la aldea italiana del padre y el del trópico venezolano. Su libro, Diamante fúnebre (1991), es asimismo uno de los más hermosos y sentidos poemas elegíacos que Gerbasi compusiera en memoria de su desparecida y amada compañera, Consuelo.
    Juan Liscano (1915-2001) es otro de los nombres que no deben olvidarse al referirse a la poesía venezolana del pasado siglo. Este autor no lo es solo de la fabulosa obra poética que generó, sino que además fue un ensayista apasionado. Entre sus obras en otros géneros escribió y publicó una de las historias literarias más consultadas cuando se emprenden trabajos de investigación en la materia: Panorama de la literatura venezolana actual (1973). Entre su extensa obra, hay una vertiente que conviene mencionar y es la de su poesía erótico-cósmica. Cármenes (1966) es quizás el libro más emblemático en este orden de ideas. En este, la trascendencia del alma a través de la carnalidad, el acto sexual. El poema “Pareja sin historia” es simbólico en este sentido. De obligada mención son también sus libros Nuevo mundo Orinoco (1959), Fundaciones (1981), Myesis (1982) y Recuerdo del Adán caído.
           
   Ana Enriqueta Terán (1915). Es uno de los hitos vivos de la gran poesía escrita por mujeres del siglo que antecede a este. Cultora por igual del verso tradicional (una verdadera maestra del endecasílabo) y del verso libre no carente de cuidado ritmo y elevada musicalidad.Testimonio (1954), De bosque a bosque (1971), Libro de los oficios (1975), Música con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991), que recoge toda la obra publicada hasta entonces, y Albatros(1992). El rigor de la estructura de muchos de sus textos acusa su formación clásica. Luego de un período de mutismo resurge con nuevo vigor y con toda la fuerza espiritual que se respira en muchos de sus libros.

   Elena Vera (1985) en su estudio de la poesía nacional correspondiente a los años que van de 1958 a 1983. Tal momento está signado, según nuestra aeda investigadora, por la llegada de dos poetas fundamentales: Juan Sánchez Peláez (1922-2003) y Hesnor Rivera (1928-2000). Ambos  practican un surrealismo propio de cada uno de ellos, ambos estuvieron en contacto con el grupo “Mandrágora” de Chile, que inició esta corriente en Latinoamérica; ambos pertenecieron a las ciudades más conmovidas por el auge petrolero y el desarrollo económico y social, como lo son Caracas, en un caso, y Maracaibo, en el otro. Pasa por el laboratorio anímico, que representa la poesía, toda la experiencia de vida y el resultado es una palabra signada por un nuevo lenguaje (fragmentarismo, psiquismo activo, impersonalidad, cierta condición de incomunicación o de comunicación diversa, y uso del poema en prosa, entre otras características). 

   Sánchez Peláez debuta con un libro extraordinario que no va a ir muy atrás de los venideros. Se trata de Elena y los elementos (1951). En este el erotismo, un lenguaje centrado en las imágenes y alejado de los conceptos, destellos del subconsciente y ordenamiento sintáctico caprichoso, dan cuenta de una búsqueda propia que continuará, de alguna manera en Animal de costumbre (1959), Filiación oscura (1966), Un día sea (1965), Lo huidizo y lo permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989).  Hesnor Rivera, en cambio, publicará con cierta tardanza su primer libro, En la red de los éxodos (1963), al que le seguirán muchos títulos entre los que se pueden mencionar Superficie del enigma (1967), Persistencia del desvelo (1976), Elegía a medias (1978), El acoso de las cosas (1981) y Los encuentros en las tormentas del huésped (1988). En ellos la nostalgia, un sentimiento de dolor por la vida y una sensación de amatividad inconclusa se traducen en imágenes particularísimas que se resuelven en una poética única y de hondo sentido lírico. 



                                                                                                 (Juan Liscano)
(Fernando Paz Castillo)   

 Poema de Vicente Gerbasi y un poema de Eugenio Montejo.
 VICENTE GERBASI POR RAYMA  EUGENIO MONTEJO, POR RAYMA

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